martes, 7 de mayo de 2013

La sombra que cobija nuestros sueños.


Me encontraba buscando la razón por la cual el arte ocupa un lugar tan importante en el mundo y en mi vida. Se expresa de muchas formas distintas, con todos los significados posibles desde cada perspectiva. Pasamos la vida llenando nuestros vacíos con arte, ¿por qué?

La empresa de encontrar la respuesta es titánica, y más si se aspira al concepto desde el universal, como concepto y no como una experiencia fenomenológica. Por ahora renuncio a esta tarea y estoy a la máxima de Sócrates “conócete a ti mismo”. Si logro saber por qué lleno los vacíos de mi vida con él, llegaré a tener un primer paso en ese camino, una primera piedra.
 
La razón por la cual el arte es un pilar esencial en mi vida, lo resumo en uno de sus atributos que, además, lo torna noble, y es la capacidad de convertir el dolor del artista en algo bello; toma algo feo y lo vuelve hermoso, es capaz de convertir los sentimientos de dolor y tristeza de una persona para que se vuelva algo digno de admirar. Tan maravillosa transformación se puede dar de manera directa e indirecta: directa en cuanto al artista y su dolor. Frente a quien consume el arte y busca en él esas palabras que lo consuelan, que hablan por él de su vida, que narran su historia o que representan sus vivencias, llega el arte de forma indirecta.
 
 
Por ello el Blues nace en los campos de algodón del sur de los Estados Unidos, donde los hijos de los esclavos traídos de África cantan con dolor sus canciones a la luna, dentro de esa vida encadenada y acompasada con el látigo de sus dueños que tuvieron que padecer, pero que con la música sienten alas en sus espaldas, que los liberan de su condición y que mitigan el dolor del castigo injusto propinado por sus amos.
 
Para demostrarlo con más vehemencia quiero tomar una obra de arte en particular que me dé la fuerza expresiva para que quien lea este escrito pueda ver la esencia de mi argumentación. La respuesta llegó a mí sin avisar; una historia contemporánea que acaba de ser narrada en nuestros días,  una obra de arte que hace poco  fue publicada y que se alza como eterna en los pasillos de la historia.
 
Es la historia de Ángelo Merendino, quien a través de imágenes logró inmortalizar la situación que a cualquiera otro lo derribaría y lo dejaría en la más profunda postración existencial al ver cómo se desvaneció la vida de su esposa Jen por el cáncer.
 
La historia no puede ser más bella y triste a la vez: una enfermedad que se llevó al amor de su vida sin que ella alcanzase a cumplir los cuarenta años, y que les fue comunicada antes de que pasaran seis meses desde su casamiento.
 
Imagínense que encuentran a la persona de su vida. Esa pareja que alienta sus corazones para seguir en pos de sus sueños, a esa persona que hace de la costumbre y la rutina de la vida un tierno ritual del cual nunca hemos de aburrirnos, ese ser al cual le puedes confiar tu existencia y tus secretos, que te escuchará siempre y que será la sombra que cobijará tus sueños por el resto de tus días. Y, después de tan corto tiempo de compartir amablemente y de empezar a hacer planes, les corresponde enfrentar un reto terrible; una batalla que nunca escogieron, una batalla que empezaba perdida.
 
Pues esa es la historia de Angelo Merendino, fotógrafo por convicción y oficio quien, a medida que avanzó la enfermedad de su esposa, retrató con talento y sensibilidad absoluta cada uno de los momentos que tuvo que atravesar cada amanecer, hasta el día de su muerte.

Ángelo relata que la primera vez que vio a Jennifer, su esposa, sabía que ella era la elegida. Sabía, al igual que su padre después de conocer a su madre, que la había encontrado. Tuvo miedo de comunicarle sobre sus sentimientos, y cuando lo hizo, tembloroso como un niño, su vida tuvo sentido porque ella le contestó que también lo amaba.
 
Al poco tiempo, de rodillas en el restaurante italiano favorito de Jen con un anillo de compromiso en la mano derecha, le pidió que se casaran. En menos de un año sellaron su unión.
 
Cinco meses más tarde fue diagnosticada la enfermedad, y Ángelo sintió algo que nunca olvidará: el momento en el que se miraron a los ojos, el uno sosteniendo las manos del otro. Dijeron Estamos juntos, vamos a estar bien. Una noche, Jen acababa de ser ingresada en el hospital y el dolor la carcomía por dentro. Ella lo agarró del brazo, con los ojos llorosos y dijo  Mírame a los ojos, esa es la única manera en que puedo manejar este dolor. Nos amábamos con cada pedacito de nuestras almas dice Ángelo.
Lo cierto es que los problemas y las dificultades son cobardes y nunca nos enfrentan por turnos, vienen en manadas frenéticas. Ella no sólo tenía un dolor crónico por los efectos secundarios de casi cuatro años de tratamiento, sino que a los 39 años tuvo que empezar a usar un caminador, pues todo el tiempo estaba agotada; las estancias hospitalarias eran de más de diez días cada una. La batalla no era sólo con el cáncer también con las compañías de seguros. El miedo y la ansiedad siempre estaban ahí, presentes.
 
Sin embargo, Ángelo con su cámara exorcizó estos demonios. Su lente capturó el corazón y el espíritu de Jen para la eternidad haciendo de su obra una manifestación universal, porque describe el fundamento del ser humano que fue tallado por el Creador: el amor. Creo que el testimonio de éste fotógrafo representa el verdadero significado del amor, que no es otro que el sacrificio, pensar en martirizarse por otro es casi ridículo ante los ojos de la sociedad mundial, ya sea consumista o comunista, que no nos deja ver mas allá de lo inmediato, de nuestra incesante búsqueda de placer egoísta.
 
Ángelo estuvo a su lado desde el diagnóstico hasta su tumba. Las fotos narran la historia de una pareja feliz que comparte una cerveza o de esposos que cortan juntos el cabello que cae por las quimioterapias. La historia de Jen, quien lo abraza como si todo el mundo estuviera en sus brazos, o de Jen mirando por la ventana de un hospital.
 
Ángelo nunca la dejó de ver hermosa desde el día de su boda, en la que bailaron su primera canción como esposos, al ritmo del acordeón del padre de Ángelo, o cuando ella se maquillaba con sus audífonos puestos.
 
Las fotos nos cuentan con dulzura y gentileza la vida de una mujer que nada en el mar sólo sintiendo el movimiento del agua por su cuerpo; esa misma que soporta los dolores de un cáncer que le desgarra el alma y el cuerpo.
 
Estas fotografías son la muestra irrefutable de por qué el arte no solo tiene que ser la representación literal de la realidad, sino el instrumento por medio del cual podemos hacer de la cruda verdad algo bello que nos impulse a seguir el camino, a no soltar las riendas, a no perder la fe. Como Ángelo que de su experiencia edificó un propósito para ayudar a las mujeres con cáncer de seno y a la vez concientizar a los que quieran percatarse de que la vida va más allá de las posesiones materiales.
 
Yo lo asimilo con lo que alguna vez alguien me explicó que es el amor: el amor es la tendencia que tiene el espíritu hacia lo más elevado, donde abandonamos lo que es útil, dejamos de lado lo que simplemente nos da placer, y escogemos lo que de verdad vale la pena. Vale tanto, que le da sentido a nuestra vida, y nos da confianza para entregarla tranquilamente si es necesario, por que sin amor, nada lo tiene.
 
 
Por: Felipe Gonzalo Jiménez Mantilla.
Corrección de estilo: David Gregorio Rodríguez G.
Historia y fotos originales en http://mywifesfightwithbreastcancer.com/