jueves, 21 de febrero de 2013

El Chávez Campeador.



Rodrigo Díaz de Vivar era más símbolo que hombre. Los numerosos cantares que cuentan su historia, hablan de un caballero tan valiente, que con sólo su presencia un león ronroneaba cual minino, y un ejército de bravíos otomanos se convertía en una recua en estampida; Un guerrero tan carismático, que cuando fue lanzado en solitario al exilio, regresó a defender a su reino con un ejército a sus espaldas.

La lírica relata el periplo de un noble hidalgo que a pesar de ser ultrajado por su rey en diversas ocasiones, y de tener en sus manos la posibilidad de arrebatarle el mando que él sabía ilegítimo, siguió su código de honor, quedándose a defender el reino de Castilla hasta el final.

Ése era el mío Cid. El personaje legendario más famoso de la cultura española, el caballero andante por excelencia.

Hugo Rafael Chávez Frías se ha convertido, no sólo para la masa venezolana, sino para la izquierda del mundo, en una especie de santo, cuyo estandarte es la redistribución de la riqueza, súbdito del pueblo, fiel al código de honor contenido en las páginas de “El Capital” de Carlos Marx.

Si eso acude a la realidad o no, lo dejo al lector. Pero lo que sí sabemos con certeza es que la política en Venezuela cada día adquiere un aire más enrarecido; un aura de desconfianza cada vez más justificada flota sobre el Gobierno, el cual carece de fundamentos para sostener la fe de la opinión pública.


Aparecieron fotos de Chávez en un ataúd. Luego, declaraciones de sus allegados en las que hablan de una recuperación milagrosa, contrarias a numerosos dictámenes médicos, entre los cuales sin duda habrá rumores y aciertos por igual.

Es difícil discernir entre verdad, mentira y exageración: las fotos en las que Chávez aparece con sus hijas son tildadas de haber sido modificadas con photoshop, y las imágenes del mandatario bajando del avión desde Cuba, son acusadas de ser repeticiones de una grabación antigua. Podemos concluir que en éste momento, no se sabe a ciencia cierta si "Il Principe" sigue vivo o no, pero sí sabemos que no está en condiciones de gobernar.





En la conclusión de los cantares de gesta, se narra la increíble historia de la última batalla del Cid Campeador, quien después de muerto, fue ataviado por su viuda con una armadura nueva, montado en la yegua Babieca, y armado con la espada Tizona, atada a su mano con un trapo.

Con una palmada en la grupa del equino, el Cid se fue dirigiendo la vanguardia de las últimas fuerzas guarecidas en la bien sitiada Cardeña. Sorprendentemente, en ésta batalla el fallecido héroe derrotó a los numerosísimos ejércitos paganos (musulmanes), y en su epitafio se encontraba la siguiente inscripción:


“Cid Ruy Díez só, que yago aquí encerrado
e vencí al rey Bucar con treinta e seis reyes de paganos.
Estos treinta e seis reyes, los veinte e dos murieron en el campo;
vencílos sobre Valencia desque yo muerto encima de mi caballo.
Con esta son setenta e dos batallas que yo vencí en el campo.
Gané a Colada e a Tizona: por ende Dios sea loado.
Amén.”


Lo que, en castellano moderno, traduce lo siguiente:


El Cid Ruy Díaz soy, que yago aquí encerrado
y vencí al rey Bucar con treinta y seis reyes paganos.
De estos treinta y seis reyes, veintidós murieron en el campo;
los vencí en Valencia después de muerto encima de mi caballo.
Con esta son setenta y dos batallas que vencí en el campo.
Gané a Colada y a Tizona: por ello Dios sea loado.
Amén.

¿Podría ser, entonces, que en la hermana patria de Venezuela se está poniendo en práctica tan antigua táctica, con la intención de correr la misma suerte de los ejércitos cristianos en el Valle de los Pedroches?

En la presente coyuntura, la sospecha es más que válida. 

viernes, 15 de febrero de 2013

Ozymandias Melancholia.




En ocasión del reciente miércoles de ceniza, y con algo de interés propio en el tema, quiero compartirles la más perfecta denominación de un sentimiento, que espero no ser el único que invade de vez en cuando, y que no había podido explicar hasta que Woody Allen pudo darme algunas luces en la película “De Roma con amor”: se llama “Ozymandias Melancholia”.


El término viene del poema de Percy Bysshe Shelley, un autor británico que habla sobre la estatua de un antiguo monarca llamado “Ozymandias”, (éste era el apodo de Ramsés II, cuya estatua se encuentra en el museo británico). Dice que después de ser el símbolo de poder, luego de retratar en la cara del monarca la arrogancia característica de quien se encuentra en la cima del mundo, se encuentra destruido, abandonado; no es ya sino un recuerdo.



Ozymandias


Conocí a un viajero de un antiguo país
que dijo: «dos enormes piernas de piedra
se yerguen sin su tronco en el desierto;
junto a ellas, en la arena, semihundido
descansa un rostro hecho pedazos, cuyo ceño fruncido
y mueca en la boca, y desdén de frío dominio,
cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
que todavía sobreviven, grabadas en la piedra inerte,
a la mano que se mofó de ellas y al corazón que las alimentó.
Y en el pedestal se leen estas palabras:

"Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!"


No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas
de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas
se extienden las solitarias y llanas arenas.


Percy Bysshe Shelley



En dos de sus películas, Allen hace referencia a dicho poema. Cuando es inquirido sobre el tema, explica lo siguiente:


“Es una descripción perfectamente válida de un fenómeno particular. Es ese sentimiento de tristeza y depresión que obtienes al darte cuenta de que no importa cuán grande, majestuosa e importante es una cosa en el momento, con el tiempo pasará. Es justamente esa decadente estatua de Ozymandias, antes una magna estatua, ahora un fragmentado trozo de mármol en el desierto. Entonces, tienes ese sentimiento depresivo porque te da un sentido de la inutilidad de la vida, que todo para lo que estás trabajando, y todas las cosas que parecen tan significativas, son nada.”




All we are is dust in the wind.